Escribo y luego borro. Hago con las letras lo que no puedo hacer con la vida...

miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Qué tan reales son los milagros?


Don Remigio, un gran creyente, arrastraba su triste andar, después de esa jornada laboral. Su cansancio no era por el trabajo, pues de él ya estaba acostumbrado, era porque se había ido la alegría una vez más, y ahora sólo le quedaba apagar el alumbrado. Tenía un trabajo espectacular, le tocaba tener listo el escenario donde semana a semana se lleva a cabo un evento peculiar. Esperaba con ansías ese día, pero su emoción y algarabía eran distintas a la de todos ya que el sólo pensaba en que todo pasaría desapercibido alrededor de su escenario o en el balcón de las tristezas y alegrías.


En su espacio, se dedicaba con esmero a la limpieza, revisaba cada detalle despacio, sin pereza. Sin embargo lo más importante que había logrado, además de tener un reluciente lugar, era observar de manera aguda y profunda las formas, los gestos y las actitudes que asumían los asistentes a su paraíso sagrado. Él, más que nadie, había visto el desborde de alegría ante el triunfo, y el rostro colectivo de la amargura por la derrota, de la cual pensaba que no pasaría si amaran a Dios.

Esa noche en casa, hecho a remojar su camisa blanca, que acaba d adquirir, junto con su camisa favorita, color azul. Pero al sacarlas  de la cubeta se llevo la sorpresa de que su camisa indecolorable se había decolorado, manchando la nueva. Trató de quitar la mancha azul de la camisa blanca, le echo pinol, cloro, jabón y cuanto encontró, después la dejó secando y se fue a dormir.

Al siguiente día como siempre, horas antes del evento, se emocionó ante el silencio expectante, se preguntaba ¿Qué pasará hoy? ¡Tantos años aquí y todavía esa duda le azotaba! Es que cada semana pasaban tantas cosas, y tan diferentes, que él reflexionaba: ¡cuantas historias hay en todas estas personas! Pero ese día vio los rostros de otra manera, buscó más explicaciones de las acostumbradas, y observó a los presentes tratando de entender qué era lo que les movía a ser como eran.

Don Remigio no veía la función, no le interesaba nada de lo que se exhibía, sólo quería ver la actitud de las personas. Tal vez quien lo volteara a ver se preguntaría “¿Qué es lo que esperas mirar, porque tanta presteza y atención, a toda reacción?” Pero no, eso no sucedería, nadie tendría porque verlo a él.

Cuando el evento terminó, las voces, las risas, los gritos y los llantos, poco a poco se fueron retirando, hasta dejar otra vez el atroz silencio, pero esta vez el silencio era distinto. Se trataba del silencio de lo que por ahora ya no es más, es el silencio de la espera otra vez, pero ¿habrá otra vez? El inmueble, el coloso lleno de butacas vacías, que hasta el aire que las ronda parece sepulcral, ha dejado una estela de fantasmas, pero ellos no gritan, ni se desbordan de pasión, lo único que son capaces de impulsar es la opresión de la nostalgia y depresión. Con  este pensamiento le ganó la emoción de querer cambiar el libreto esta vez, deseando ser él, por primera vez, el dueño del espectáculo. Era necesaria una epifanía del cielo para motivarlo a hacer algo al respecto, no podía seguir así.

-No me gusta este escenario así, algo tengo que hacer para mirarlo diferente otra vez, pero tendrá que ser rápido, porque una semana no es largo tiempo, tengo que cambiar la historia, esta tiene que ser mía, no puedo dejar pasar la vida, sin que nadie se fije en mi contribución para la función.

Algo ya no andaba bien, con Don Remigio.

-¿Por qué se tienen que ir todos, dejándome solo?, ¿Qué prisa les corroe el alma, que luego, luego, se van? ¿Que les he hecho yo, que siempre he buscado su bien, como para que dejen a todos esos duendes silenciosos y todo tirado y maltratado en mi lugar? - Don Remigio se sentó, en el palco de honor y observó todo a su alrededor, esta vez los utensilios de limpieza guardó. Lo único que deseaba era desarrollar su idea atroz.

En el siguiente evento tendría que lograr llamar la atención, pero a la vez él tendría que observar la reacción, de su público expectante que tendría que gritar ¡viva Don Remigio, el héroe del lugar! Y su motivación fue que cuando llegó a su casa, vio en aparecer en su camisa a la Divina Providencia. Se lograba percibir la imagen de la cara de la virgen, y mientras más la veía, poco a poco, su cuerpo, sus manos, sus pies e incluso la paloma que representa el Espíritu Santo también iban apareciendo. Se asustó, pero se dio cuenta de que algo eso quería decir. Era la motivación para llevar a cabo su plan, la virgencita lo iba a ayudar.


Al día siguiente todo le quedo claro y con gran ánimo tomó su trapeador para dejar todo como siempre había acostumbrado. Después comenzó a preparar su plan inteligente. Todo tendría que salir bien, ahora si todos sabrán quien soy yo, se repetía sin cesar. Tendría que preparar diferente el escenario, cuidando todos los detalles, nada tendría que fallar. Detrás de las gradas colocó unos enormes aparatos de propulsión con un poco de falso plafón que ocultarían su posición. Ahora sólo faltaría, contar con todo el material para culminar su obra.

Una y otra vez, el plan repetía, nadie quedaría sano después de su ejecución y de la emoción que provocaría, ni duda tenía. Fue trayendo grandes bolsas de polietileno, ahí colocaría lo que fuera cayendo. Más tarde, embudos de plástico diseñó y también una mascara de gases consiguió, ya que cuando su obra estuviera en ebullición, hasta él podría estar en repulsión. Sólo le quedaba, finalmente, un gran detalle: ¿Cuál sería el momento más propicio, para provocar el estropicio?

-¡Lo haré cuando estén en su máxima alegría!, no, no, ¡mejor en el momento de mayor apatía! -Y así continuaba su meditación, al fin y al cabo, conocía tanto las pasiones del público, que cualquier momento no sería vano, ni mucho menos le provocaría dilación.

Así se fue acercando el siguiente fin de semana, ya la trampa tenía preparada y a su público lo tendría cercado. -Ahora yo seré el que tendrá las emociones, yo reiré, gritaré y seré el más importante de la función, pero ¡Oh, que lastima por ellos, se que sufrirán! ¿A dónde irán a parar con tanto desconcierto, que será de ellos y que será de mi, sin ellos? - Tal vez, Don Remigio tuvo algún resquicio de remordimiento, pero su intención fue mucho más fuerte, que cualquier duda que pudiera tener. Se persignó y tal como lo había planeado, su momento de gloria tendría que ser alcanzado.

Durante esa semana su furtiva trampa iba preparando, al mismo tiempo que el inmueble con esmero limpiaba.  Colocó, en lugares estratégicos, unos enormes ventiladores de gran potencia que eran usados sólo en ocasiones de gran calor entre la concurrencia. Adelante de ellos, con toda paciencia, ubicó las grandes bolsas de polietileno que adquirió, sin dudar de su resistencia. Ocupo un mecanismo de tracción para abrirlas y cerrarlas de un solo tirón, acondicionando una polea que a todas les daría acción. Lo demás era sencillo, así que sin tardanza, frente a cada bolsa adaptó los embudos de plástico, para que por ahí encontrara camino, la fuente de su venganza. Probó los ventiladores, observó que por los embudos corrían grandes ráfagas de viento y que, cual lobos aulladores, generaban ruidos ensordecedores. Listo estaba el artificio, sólo restaba introducir a las bolsas, el material que con tanto oficio, había recolectado desde el inicio.

Y como sucede con todo lo que tiene plazo, el gran día llegó sin retrazo. Don Remigio estaba listo, con las cuerdas en su regazo. Antes colgó, al lado de la pantalla, su camisa con la gran aparición, para que le siguiera dando el valor que requería. Esta vez no espero pacientemente, la entrada de toda la gente, porque ahora se ubicó a una distancia prudente. Que el escenario se iría llenando, como todas las semanas, ni dudarlo. La gente se fue acomodando, tranquila y sin sobresaltos, ni la camisa notaron, ni había motivo para que sospecharan, que podrían sufrir de infartos. Diciendo para sí, sin compasión -Al fin, todos están en su posición, ahora me resta esperar la ocasión.

Una vez más, los gritos y las risas, se encuentran sin cesar lo que quiere decir que el espectáculo va en su punto culminante. Don Remigio los observa sin chistar, que dolor sentía ante tanta algarabía, pero en ese preciso instante, la polea tenía que mover las cuerdas que sujetaban las bolsas distantes. Casi al mismo tiempo que accionó los ventiladores, con fuerza desmedida, sus manos jalaron las cuerdas, como si en ello se le fuera la vida.

Todo fue tan espectacular, que gran confusión provocó, cuando por los embudos de plástico, corrió por la fuerza del viento, cantidades industriales de estiércol humano, si, aquel que Don Remigio había juntado, del evento pasado. A lo largo de todo el escenario, grandes oleadas de estiércol inundaron el ambiente, por un gran momento, no hubo gente a la que no le llegara, el tan pestilente elemento. Mientras esto sucedía, la gente se revolvía, gritando ante tanta porquería. Don remigio, después de haber activado su repugnante tinglado, corrió desenfrenado, hacia su lugar de criado. Desde ahí miró como el público, todo cagado, quedó como estupefacto.


A los gritos y a la confusión, le siguió un momento de incomprensión, por lo que estaba pasando. La gente se sacudió y al voltear a ver al de al lado, no les quedó más remedió que quedarse callados, con las voces paralizada reinó el silencio y las personas pasmadas. Don Remigio observaba con atención y entusiasmo, todo lo que pasaba, ahora él reía ante tal situación, pues él estaba limpio y sin sufrir por el olor, había logrado, conforme a lo planeado, ser el único en estar emocionado.

El estiércol era un reguero, por todas partes volaba como ave de mal agüero, y en tales circunstancias, surgió por un altavoz, el grito salvador de quien, ahora si sin arrogancias, buscaba a alguien que detuviera momento tan atroz. También por la enorme pantalla del escenario querido, surgió como un delirio, el nombre de Don Remigio ¡era a él a quien buscaban para que parara tal martirio! Con luces centelleantes y gritos desaforados, en la pantalla y en los estrados, todos al unísono decían: ¡¡Don Remigio, acaba con esta porquería!! Había logrado robarse la función y ser el más importante dentro de su diversión.

En ese momento su camisa se alcanzó a percibir, al lado de la pantalla, sorprendiendo que mientras más gente la veía, más clara la imagen se iba viendo; Se formaron los rayos del Espíritu Santo y al final, poco a poco, se fueron abriendo los ojos de la virgencita, que antes estaban cerrados. La gente creyó que era un milagro el que estuviera Don Remigio por ahí para salvarlos, la aparición les había comprobado que era un mandado del cielo.

Por única vez y por un instante, Don Remigio logró captar la atención, de tanta gente distante, que su deambular jamás había notado y mucho menos valorado. ¡Fue un milagro! Se ocasionó un choque de emociones, entre el enojo de la porquería y la epifanía. En menos que canta un gallo y a pesar de su sorpresa por la aparición,  con presteza ubicó, todos los interruptores del desaguisado que provocó y luego, con entereza, hacía todos dirigió, un enorme chorro de agua, que la frente les despejó. Al recibir el agua fresca que hacia resbalar tan mal olor, la gente inmediatamente captó, que el héroe, en esta ocasión, había sido Don Remigio, ¡el gran limpiador! Todo mundo lo alabo como si fuera el milagro que la virgencita les había otorgado para su salvación.

Pero hablando de milagros, a Don Remigio le fue mejor de lo que había planeado, ya que quien lo buscó con ahínco, fue el mismo que durante años, poco interés le había dado a su labor callada. Aquel que por estar siempre ocupado en tareas más importantes, nunca se había preocupado por saber donde estaban los controles y desconocía los rincones de todo el escenario.