Don Remigio, un gran creyente,
arrastraba su triste andar, después de esa jornada laboral. Su cansancio no era
por el trabajo, pues de él ya estaba acostumbrado, era porque se había ido la
alegría una vez más, y ahora sólo le quedaba apagar el alumbrado. Tenía un
trabajo espectacular, le tocaba tener listo el escenario donde semana a semana se
lleva a cabo un evento peculiar. Esperaba con ansías ese día, pero su emoción y
algarabía eran distintas a la de todos ya que el sólo pensaba en que todo
pasaría desapercibido alrededor de su escenario o en el balcón de las tristezas
y alegrías.
En su espacio, se dedicaba con esmero a
la limpieza, revisaba cada detalle despacio, sin pereza. Sin embargo lo más
importante que había logrado, además de tener un reluciente lugar, era observar
de manera aguda y profunda las formas, los gestos y las actitudes que asumían los
asistentes a su paraíso sagrado. Él, más que nadie, había visto el desborde de
alegría ante el triunfo, y el rostro colectivo de la amargura por la derrota,
de la cual pensaba que no pasaría si amaran a Dios.
Esa noche en casa, hecho a remojar su
camisa blanca, que acaba d adquirir, junto con su camisa favorita, color azul. Pero
al sacarlas de la cubeta se llevo la
sorpresa de que su camisa indecolorable se había decolorado, manchando la
nueva. Trató de quitar la mancha azul de la camisa blanca, le echo pinol,
cloro, jabón y cuanto encontró, después la dejó secando y se fue a dormir.
Al siguiente día como siempre, horas antes
del evento, se emocionó ante el silencio expectante, se preguntaba ¿Qué pasará
hoy? ¡Tantos años aquí y todavía esa duda le azotaba! Es que cada semana pasaban
tantas cosas, y tan diferentes, que él reflexionaba: ¡cuantas historias hay en
todas estas personas! Pero ese día vio los rostros de otra manera, buscó más
explicaciones de las acostumbradas, y observó a los presentes tratando de
entender qué era lo que les movía a ser como eran.
Don Remigio no veía la función, no le
interesaba nada de lo que se exhibía, sólo quería ver la actitud de las
personas. Tal vez quien lo volteara a ver se preguntaría “¿Qué es lo que esperas
mirar, porque tanta presteza y atención, a toda reacción?” Pero no, eso no sucedería,
nadie tendría porque verlo a él.
Cuando el evento terminó, las voces,
las risas, los gritos y los llantos, poco a poco se fueron retirando, hasta
dejar otra vez el atroz silencio, pero esta vez el silencio era distinto. Se
trataba del silencio de lo que por ahora ya no es más, es el silencio de la espera
otra vez, pero ¿habrá otra vez? El inmueble, el coloso lleno de butacas vacías,
que hasta el aire que las ronda parece sepulcral, ha dejado una estela de
fantasmas, pero ellos no gritan, ni se desbordan de pasión, lo único que son
capaces de impulsar es la opresión de la nostalgia y depresión. Con este pensamiento le ganó la emoción de querer
cambiar el libreto esta vez, deseando ser él, por primera vez, el dueño del
espectáculo. Era necesaria una epifanía del cielo para motivarlo a hacer algo
al respecto, no podía seguir así.
-No me gusta este escenario así, algo
tengo que hacer para mirarlo diferente otra vez, pero tendrá que ser rápido,
porque una semana no es largo tiempo, tengo que cambiar la historia, esta tiene
que ser mía, no puedo dejar pasar la vida, sin que nadie se fije en mi
contribución para la función.
Algo ya no andaba bien, con Don
Remigio.
-¿Por qué se tienen que ir todos,
dejándome solo?, ¿Qué prisa les corroe el alma, que luego, luego, se van? ¿Que
les he hecho yo, que siempre he buscado su bien, como para que dejen a todos
esos duendes silenciosos y todo tirado y maltratado en mi lugar? - Don Remigio
se sentó, en el palco de honor y observó todo a su alrededor, esta vez los
utensilios de limpieza guardó. Lo único que deseaba era desarrollar su idea
atroz.
En el siguiente evento tendría que
lograr llamar la atención, pero a la vez él tendría que observar la reacción,
de su público expectante que tendría que gritar ¡viva Don Remigio, el héroe del
lugar! Y su motivación fue que cuando llegó a su casa, vio en aparecer en su
camisa a la Divina Providencia. Se lograba percibir la imagen de la cara de la
virgen, y mientras más la veía, poco a poco, su cuerpo, sus manos, sus pies e
incluso la paloma que representa el Espíritu Santo también iban apareciendo. Se
asustó, pero se dio cuenta de que algo eso quería decir. Era la motivación para
llevar a cabo su plan, la virgencita lo iba a ayudar.
Al día siguiente todo le quedo claro y
con gran ánimo tomó su trapeador para dejar todo como siempre había
acostumbrado. Después comenzó a preparar su plan inteligente. Todo tendría que
salir bien, ahora si todos sabrán quien soy yo, se repetía sin cesar. Tendría
que preparar diferente el escenario, cuidando todos los detalles, nada tendría
que fallar. Detrás de las gradas colocó unos enormes aparatos de propulsión con
un poco de falso plafón que ocultarían su posición. Ahora sólo faltaría, contar
con todo el material para culminar su obra.
Una y otra vez, el plan repetía, nadie
quedaría sano después de su ejecución y de la emoción que provocaría, ni duda
tenía. Fue trayendo grandes bolsas de polietileno, ahí colocaría lo que fuera
cayendo. Más tarde, embudos de plástico diseñó y también una mascara de gases
consiguió, ya que cuando su obra estuviera en ebullición, hasta él podría estar
en repulsión. Sólo le quedaba, finalmente, un gran detalle: ¿Cuál sería el
momento más propicio, para provocar el estropicio?
-¡Lo haré cuando estén en su máxima
alegría!, no, no, ¡mejor en el momento de mayor apatía! -Y así continuaba su
meditación, al fin y al cabo, conocía tanto las pasiones del público, que
cualquier momento no sería vano, ni mucho menos le provocaría dilación.
Así se fue acercando el siguiente fin
de semana, ya la trampa tenía preparada y a su público lo tendría cercado.
-Ahora yo seré el que tendrá las emociones, yo reiré, gritaré y seré el más
importante de la función, pero ¡Oh, que lastima por ellos, se que sufrirán! ¿A
dónde irán a parar con tanto desconcierto, que será de ellos y que será de mi,
sin ellos? - Tal vez, Don Remigio tuvo algún resquicio de remordimiento, pero
su intención fue mucho más fuerte, que cualquier duda que pudiera tener. Se
persignó y tal como lo había planeado, su momento de gloria tendría que ser
alcanzado.
Durante esa semana su furtiva trampa
iba preparando, al mismo tiempo que el inmueble con esmero limpiaba. Colocó, en lugares estratégicos, unos enormes
ventiladores de gran potencia que eran usados sólo en ocasiones de gran calor
entre la concurrencia. Adelante de ellos, con toda paciencia, ubicó las grandes
bolsas de polietileno que adquirió, sin dudar de su resistencia. Ocupo un
mecanismo de tracción para abrirlas y cerrarlas de un solo tirón, acondicionando
una polea que a todas les daría acción. Lo demás era sencillo, así que sin
tardanza, frente a cada bolsa adaptó los embudos de plástico, para que por ahí
encontrara camino, la fuente de su venganza. Probó los ventiladores, observó
que por los embudos corrían grandes ráfagas de viento y que, cual lobos
aulladores, generaban ruidos ensordecedores. Listo estaba el artificio, sólo
restaba introducir a las bolsas, el material que con tanto oficio, había
recolectado desde el inicio.
Y como sucede con todo lo que tiene
plazo, el gran día llegó sin retrazo. Don Remigio estaba listo, con las cuerdas
en su regazo. Antes colgó, al lado de la pantalla, su camisa con la gran aparición,
para que le siguiera dando el valor que requería. Esta vez no espero
pacientemente, la entrada de toda la gente, porque ahora se ubicó a una
distancia prudente. Que el escenario se iría llenando, como todas las semanas,
ni dudarlo. La gente se fue acomodando, tranquila y sin sobresaltos, ni la
camisa notaron, ni había motivo para que sospecharan, que podrían sufrir de
infartos. Diciendo para sí, sin compasión -Al fin, todos están en su posición,
ahora me resta esperar la ocasión.
Una vez más, los gritos y las risas, se
encuentran sin cesar lo que quiere decir que el espectáculo va en su punto
culminante. Don Remigio los observa sin chistar, que dolor sentía ante tanta
algarabía, pero en ese preciso instante, la polea tenía que mover las cuerdas
que sujetaban las bolsas distantes. Casi al mismo tiempo que accionó los
ventiladores, con fuerza desmedida, sus manos jalaron las cuerdas, como si en ello
se le fuera la vida.
Todo fue tan espectacular, que gran
confusión provocó, cuando por los embudos de plástico, corrió por la fuerza del
viento, cantidades industriales de estiércol humano, si, aquel que Don Remigio
había juntado, del evento pasado. A lo largo de todo el escenario, grandes
oleadas de estiércol inundaron el ambiente, por un gran momento, no hubo gente
a la que no le llegara, el tan pestilente elemento. Mientras esto sucedía, la
gente se revolvía, gritando ante tanta porquería. Don remigio, después de haber
activado su repugnante tinglado, corrió desenfrenado, hacia su lugar de criado.
Desde ahí miró como el público, todo cagado, quedó como estupefacto.
A los gritos y a la confusión, le
siguió un momento de incomprensión, por lo que estaba pasando. La gente se
sacudió y al voltear a ver al de al lado, no les quedó más remedió que quedarse
callados, con las voces paralizada reinó el silencio y las personas pasmadas.
Don Remigio observaba con atención y entusiasmo, todo lo que pasaba, ahora él
reía ante tal situación, pues él estaba limpio y sin sufrir por el olor, había
logrado, conforme a lo planeado, ser el único en estar emocionado.
El estiércol era un reguero, por todas
partes volaba como ave de mal agüero, y en tales circunstancias, surgió por un
altavoz, el grito salvador de quien, ahora si sin arrogancias, buscaba a
alguien que detuviera momento tan atroz. También por la enorme pantalla del
escenario querido, surgió como un delirio, el nombre de Don Remigio ¡era a él a
quien buscaban para que parara tal martirio! Con luces centelleantes y gritos
desaforados, en la pantalla y en los estrados, todos al unísono decían: ¡¡Don
Remigio, acaba con esta porquería!! Había logrado robarse la función y ser el
más importante dentro de su diversión.
En ese momento su camisa se alcanzó a
percibir, al lado de la pantalla, sorprendiendo que mientras más gente la veía,
más clara la imagen se iba viendo; Se formaron los rayos del Espíritu Santo y
al final, poco a poco, se fueron abriendo los ojos de la virgencita, que antes
estaban cerrados. La gente creyó que era un milagro el que estuviera Don
Remigio por ahí para salvarlos, la aparición les había comprobado que era un
mandado del cielo.
Por única vez y por un instante, Don
Remigio logró captar la atención, de tanta gente distante, que su deambular
jamás había notado y mucho menos valorado. ¡Fue un milagro! Se ocasionó un
choque de emociones, entre el enojo de la porquería y la epifanía. En menos que
canta un gallo y a pesar de su sorpresa por la aparición, con presteza ubicó, todos los interruptores
del desaguisado que provocó y luego, con entereza, hacía todos dirigió, un
enorme chorro de agua, que la frente les despejó. Al recibir el agua fresca que
hacia resbalar tan mal olor, la gente inmediatamente captó, que el héroe, en
esta ocasión, había sido Don Remigio, ¡el gran limpiador! Todo mundo lo alabo
como si fuera el milagro que la virgencita les había otorgado para su
salvación.
Pero hablando de milagros, a Don
Remigio le fue mejor de lo que había planeado, ya que quien lo buscó con
ahínco, fue el mismo que durante años, poco interés le había dado a su labor
callada. Aquel que por estar siempre ocupado en tareas más importantes, nunca
se había preocupado por saber donde estaban los controles y desconocía los
rincones de todo el escenario.